“SE HACE CAMINO AL ANDAR”
Hace
ya varios años en que escuché por primera vez esta frase, un poema de Antonio
Machado, conocido como: “Caminante
no hay camino”. Con estas palabras quiero dar inicio a este
ensayo sobre mi camino hacia la docencia, ya que recogen experiencias
significativas que poco a poco, día a día se han ido fortaleciendo y
consolidando.
La escuela fue
para mí muy especial, era como mi segunda casa. Allí aprendí a compartir,
conocer cosas nuevas y sobre todo a convivir. Era todo lo contrario a lo que
había vivido en la escuelita con la maestra Emilda, quien nos daba un reglazo
en la palma de la mano cuando no le dábamos bien la lección o no hacíamos las
tareas. Nunca me gustó esa aptitud suya con nosotros, pero ella decía que solo
así aprendíamos.
Me gustaba mucho
jugar, como toda niña y también conocer a los maestros, de ellos tengo
recuerdos muy gratos. Con el Maestro Henry en primer grado, sentía mucho su
cariño, dedicación con cada uno de nosotros, su esfuerzo en que todos
aprendiéramos a leer y escribir; en cuarto grado volvió a ser mi maestro, allí
siempre me daba responsabilidades para ayudarle con mis compañeros en las
actividades, esto fue despertando en mi el brindar ayuda y enseñar desde lo que
sabía. En segundo grado, tercero y quinto mis maestros eran muy exigentes,
mientras que en los grados de primero, cuarto y sexto fueron para mí los años
más divertidos para estudiar; me gustaba la manera de enseñar del maestro Henry
y de la maestra Minerva, nos daban mucho cariño, eran exigentes con nosotros
pero al mismo tiempo confiaban en cómo íbamos mejorando. Estas experiencias
vividas fueron forjando en mí el ayudar también a mis hermanos.
Cuando nació mi
hermana menor, recuerdo que me gustaba mucho enseñarle a caminar, tomaba un
pañal la sujetaba y le iba diciendo cómo hacer para dar sus primeros pasos sin caerse.
A mis 13 años mientras estudiaba en el liceo, quise ofrecerme para animar el
nuevo grupo de Infancia Misionera en la Iglesia, mi grupo era de 12 niños, y
eran muy tremendos, pero con la formación que nos daba el padre aprendía a ingeniármelas
para que ellos aprendieran cosas nuevas como misioneros. Hacíamos muchas
actividades recreativas, nos disfrazábamos, les enseñábamos canciones nuevas,
trabajábamos todos los domingos un nuevo tema sobre el decálogo de un niño
misionero. Si para nosotros los guías era novedad, cuánto más para ellos. Con
esta experiencia fui reconociendo ese potenciar de trabajar en equipo y buscar
enseñar desde la vida para la vida misma.
A mis 19 años
decidí dar un paso importante en mi vida, para muchos fue de gran sorpresa,
algo inesperado. Ingresé en la Congragación de Esclavas de Cristo Rey, optando
por un estilo de vida diferente como lo es la vida religiosa. Es en este gran
paso de mi vida donde comienzo a ver mi historia y desde ella los dones que
Dios me había dado como: la alegría, la creatividad, el canto, la paciencia,
responsabilidad, sentido de pertenencia, el optimismo, cercanía. Y por otro
lado mis debilidades como: la inseguridad en emprender cosas nuevas rompiendo
paradigmas, y una de mis debilidades: la pereza.
En las Casas de Ejercicios tuve la oportunidad
de acompañar a niños, jóvenes y adultos en la dinámica de los EE.EE, como
también las convivencias. Nunca me imaginé desempeñarme en el campo de la
enseñanza, aunque me gustaba ayudar a otros; notaba que tenía carisma para
enseñar, pero no le daba mucha importancia a esto. Hasta que poco a poco
participando del apostolado de los ejercicios espirituales fui cayendo en la
cuenta del bien que se hace en un día o
un fin de semana bajo la temática de la reflexión personal, y en mi
interior pensaba cuánto más se puede hacer desde la educación en donde tienes a
un grupo de niños o jóvenes formándose para la misma vida, creando nuevas estrategias
para transformar su entorno desde sus cualidades y conocimientos. Es entonces
cuando voy descubriendo como se va despertando en mí el deseo de aventurarme en
el camino de la enseñanza, lo cual conjuntamente con mis estudios dentro de la Licenciatura en Ciencias religiosas iban
afianzándose.
El
apostolado, los estudios, las experiencias compartidas de hermanas, hermanos y compañeros que ejercían
su rol como educadores, también eran motivo para encaminarme por el campo de la
enseñanza teniendo como meta el enseñar para la vida. Un día tuve la
oportunidad de ver por primera vez la película de Don Bosco, a quien admiro por
su vida, entrega, su pasión de ganar jóvenes para Cristo. Su manera tan
particular, tan cercana de llegar a los jóvenes me ayudó a ir dándole forma a
mi manera propia de enseñar desde el amor, la confianza y la libertad.
Manifestado
mi deseo de estar en un aula, se da la oportunidad de poder iniciar y formarme
para luego poder formar a muchos. Estuve en uno de los colegios de la
Congregación ubicado en la ciudad de Medellín, Colombia. Muchos eran los
momentos que poco a poco iban confirmando mi deseo de ser educadora, escogiendo
a Jesús de Nazaret “Maestro de Maestros” como mi gran modelo a seguir, en quien
encuentro la mejor pedagogía de la vida: solo el amor, capaz de transformar la vida
humana en todos sus ámbitos.
Estando
en el Colegio, viví un momento de crecimiento personal que me llevó a tomar la
decisión de salir de la Congregación. Aun así me llevaba nuevas convicciones
que fui construyendo desde mi ser de mujer y religiosa, una manera diferente de
ver la vida, pero también la voluntad de seguir desde fuera la tónica por la
que Dios me ha estado guiando y que resumo en estas palabras: “SER
UNA BUENA NOTICIA SUYA PARA LOS QUE ME RODEAN”. Convencida de sentirme
llamada a dar con gratitud lo que con amor y confianza recibo de Dios, empecé a
hacer mis diligencias para seguir formándome académicamente y ejercer pronto en
el campo de la educación, gracias a Dios los caminos se abrieron rápidos e
inicié como profesora en el área de crecimiento personal en el colegio la
Inmaculada en la ciudad de Mérida Edo. Mérida.
Transcurrido
el año escolar 2010-2011, me vine a trabajar en Caracas por diversas
circunstancias, en una escuela de Petare conocida como Jenaro Aguirre Elorriaga
S.J, allí me desempeño actualmente como docente. Pasar de ser profesora por
horas a maestra de aula no ha sido nada fácil para mí, reconozco que para serlo
lo primero que debes sentir es vocación. Personal y académicamente siento que
es un camino de muchos retos debido a la responsabilidad que día a día vas
adquiriendo en la formación de los niños, adolescentes y jóvenes. El
compromiso, la innovación, la entrega, la disponibilidad se han convertido en
fortalezas dentro de este camino. Por otra parte el simple hecho de planificar
me ha servido en cuanto a tener mejor organización no solo en el aula, sino
también en mi vida, porque para ser sincera me considero una persona que a
última hora tengo mucha facilidad para crear gracias a la fluidez de ideas.
La
experiencia hace al maestro, eso es lo que he vivido con mis alumnos. Aunque
tengo muchos y muchas son las anécdotas quiero resaltar una de ellas: una fue
un día en clases, en horas de la mañana una de mis alumnas no mostraba interés
en sus actividades, no traía sus tareas. Me le acerqué, le hablé y le pregunté
cómo se sentía, ella no me respondió, entonces hice lo que ella estaba haciendo
en su cuaderno y así logré que me hablara. Luego de esto mi auxiliar me dijo:
“Maestra esa niña siempre ha sido así, no pierda tiempo”, yo me enojé con dicho
comentario y hice todo lo contrario, le dedique un poco más de tiempo y le puse
una tarea personal a ella, le dije que yo confiaba en que me la iba a traer
algún día, aunque no fuera mañana, pero yo la esperaba. Al día siguiente al
entrar al salón aquella alumna con una sonrisa me entregó la tarea, y en
adelante siempre le decía al oído que confiaba en ella. Hoy día la alumna ha
mejorado su rendimiento académico y en el fondo eso me alegra mucho porque
siempre nos hace falta sentir que personas a nuestro alrededor confían en que
podemos ser cada vez mejores.
Nunca pensé lo
complejo que es ser docente, debes cumplir diferentes roles al mismo tiempo,
como: ser facilitadora, acompañante, amiga, hermana, psicólogo, enfermera,
madre, padre todo esto dentro y fuera del aula de clases. Porque he aprendido
que no solo hay que dar ejemplo de vida sino también amor y cariño a los niños,
motivarlos en su crecimiento, mostrarles nuevos horizontes para sus vidas en
medio de una realidad tan llena de violencia en la que viven y encontramos
vacíos afectivos. Mientras más comparto con mis alumnos voy descubriendo que
mis deseos de ayudarles se hace cada vez más grande, por la cual me esfuerzo en
tener más herramientas, más conocimientos y de esta manera convertir lo que hoy
es una gran debilidad para mí, como lo es no tener académicamente mi titulo de
licenciada, en una fortaleza.
Con este pequeño
resumen sobre mi experiencia de vida de cómo fue naciendo mi vocación como
docente compruebo una vez más que todo esto ha sido el resultado de que un
camino que se ha hecho al andar.
Leidy Diana Prieto Bohórquez.
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